Seis tercios de fracción (Priv. Meith)

El cielo atravesaba cambios, entre lo claro y lo oscuro, golpe de seis de la tarde. Donde las sombras reinaban junto con los ruidos del bosque. Grillos, luciérnagas y uno que otro búho se escondían en lo alto de las ramas, custodiando su alrededor. Enterró sus manos en los bolsillos delanteros de su pantalón beige que portaba a juego con una camisa crema, que se ajustaba a perfección a su anatomía.

El bosque, era uno de los lugares apacibles en donde podía relajarse casi en su totalidad, ya que el silencio dejaba de ser abrumador y asfixiante gracias a los sonidos naturales y propios del lugar.
Su mirar vagó por toda la extensión, sin dirección específica, dejándose llevar por sus propios pasos, crujiendo las ramas secas al caminar sin reparos, ocultas discretamente por el abundante follaje.

Sus pensar se encontraba en el limbo, dejando la guardia que siempre mantenía a un lado en el olvido, tomándose un descanso merecido a sus propios sentidos de alerta, ahora hechos polvo. No había venido para pasar un descanso en sí, aunque la idea fue más tentadora. Su deber y el origen de su “visita” era recolectar unas pencas de sábila y unas ramas de ajenjo; por esa simple tarea ganaría unos pocos reales.

No es que fuese un adicto al trabajo y al dinero, no tenía otra opción que valerse por sí mismo y ganarse el alimento y estudios por sus propios medios, tampoco es que quisiese ser mantenido por alguien, heriría su propio orgullo.

¿Cuántos recuerdos no atría el bosque a mi mente?, ¿Cuántos problemas no emergían de este al recordar tanto tiempo atrás? Mucho... y en definitiva continuaba estando solo: La fuerte maldición del vampiro. Mi linaje maldito por la desdicha de ser simplemente infelíz. Y aunque la infedelidad se hacía presente, todo el hambre al menos.. para mí fue opacado a la taréa de olvidar la simplesa de la superflua vida.
Si bien, mi fortuna monetaria constituía la ambición de tres mil años, no entregaban la necesidad de felicidad. Esa felicidad rota por la ilusión de un matrimonio, por el dolor intranquilo de un suspiro: de el abondono y la descomunicación.

Escapa Meith, escapa de esos ojos claros de esmeralda

Un susurro largo, la respiración entregada a los pasos que rompián las hojas secas del suelo, desvirtuandolas del mundo. Mocazines y llaves de un carro, golpeando estas contra un pantalón ajustado. Un empresario preocupado, un rostro ahogado detrás de esas gafas primordiales. Ojos perfectos solo con el remedio de ser controlados por la fama.

-Hambre...-

La fuerza del sofoco me mantubo con un malestar candente. Mi mano perdió el contacto con las doradas que cayeron ante la necesidad de un apoyo. El hambre consumé hasta a los más humanos Meith, deberías saberlo demonio

La bestia interior amenazaba y mi panorama era nublado, era abismante suamado al ardor de la garganta, a las venas que carcomían la comisura de mis ojos, y enrojecian la sustancia blanda de estos. Sujetando mi abdomen: un acto instantaneo, las gafas resbalaron hasta posarse junto a una gota de sudor en la punta de mi nariz. Los colmillos chasqueaban contra el labio inferior amenazando con romperlo. Las cejas entregaban el acto de rendición y los ojos derramaban un desborde de lágrimas ante la fuerza de voluntad destrozada por el vampirismo y esos cabellos ondulados que a mi frente pegaban, ocultando toda muestra de lo que realmente estaba pasando.

Bebe de una vez!

La sombra se hizo presente con fuerza mayor no muy lejos de donde se encontraba, moldeando la figura de otro hombre. Bobamente había creído que se encontraba solo en aquel lugar, ya que muy pocos se atrevían a quedarse y pasear de noche por aquellos lares. Atraído por la curiosidad, se acercó, sin importar las consecuencias que podía acarrear su falta de tino y cautela.

Compungido, sombrío, era cómo a la vista de cualquiera se veía aquel desconocido. Intrigado, se acercó a un más, ahora separándolos dos pasos, ni más ni menos, ese corto espacio podía quebrar para poder invadir el espacio personal de aquel personaje de apariencia madura.

Más de lo que había pensado, el tipo se encontraba en una situación desgarradora y espeluznante, parecía sufrir un ataque y estar a punto el colapso. A la vista, su estado era deplorable, no tenía el coraje para dejarlo padecer a su suerte. Si era producto de una enfermedad, no había nada que podía hacer en sus manos en ese caso de urgencia…

Exasperado llevó el dorso de su mano, comparando la temperatura del sudoroso rostro del mayor, comprobando si tenía fiebre, sin embargo para asombro del más joven la temperatura iba en descenso o eso creía por el contacto helado de su piel. Debía ser más que grave su situación para padecer a tal extremo.

—Eres un idiota—Reprendió, sin ser de mucha ayuda, retirando un brazo que estaba aferrado al estómago de manera dolorosa, pasándolo sobre sus hombros, ayudándolo a caminar hasta dejarlo recostado sobre una higuera, las raíces de aquella planta parecían emerger de la tierra con fuerza y arraigo, creando surcos. Compasión y nada más que eso era el sentimiento que lo unía por ahora, si lo abandonaba su conciencia lo machacaría y le invadiría el remordimiento de no haber intentado nada.

Quitó sus lentes, dejándolos a un lado, cerca de este por si los necesitaba, retirando los mechones de cabello que se habían pegado al atractivo rostro del extraño por la sudoración. Alterado y hecho un manojo de nervios, examinó a vuelo de pájaro su apariencia, por si tenía alguna herida superficial y visible. Sin embargo no había encontrado nada, ninguna mancha rojiza que indicase que se estuviese desangrando…empero qué tal si tenía una herida interna…agitó mentalmente aquel pensamiento, debía de calmarse y pensar con claridad, no obstante era muy difícil en aquella circunstancia hacerlo.

De rodillas, a su lado, sin tener la remota idea de cómo sacarlo de aquel cuadro de dolor, ahogó un grito frustrado. Quitó la mano que había quedado en la faz ajena, para buscar un pañuelo, dando con él, limpió y secó el rostro, balbuceando palabras inentendibles y entrecortadas.

Había algo que en mi débil mirada pude percibir. El cambio de lugar se plantó tan eficaz y real como el olor. ¿Habían unas manos? Era solo un chiquillo el que me cargaba con esmero hasta aquel robusto tronco. Sus raíces, ¿Cuántos años? y aún así yo era infinitamente más viejo que cada uno de esos majestuosos arbustos, pero innevitablemente débil como la peor hormiga que surcaba mi mano recostada en la hierba. Moví los dígitos apartando ese cosquilleo, depositando nuevamente las manos contra el abdomen, sintiendo el regurjitar de mi sangre, como si de vomitar se tratase en mis expresiones y como un intranquilo sudor frío deslizaba erótico por mis facciones.

¿Un pañuelo? y... ¿Un aroma pude percibir? Primero, escuché. El corazón bombeando nervioso aquella sangre que me permitía vivir, por cada lugar de su cuerpo, desde los pies, pasando por su abdomen y el esquisito vientre, el pecho, sus manos, sus labios, su cuello. De donde fuese yo podría sobrevivir.

Tranquilo Meith, ¿Acaso no lo hueles? Huele...

-Es... es el olor del mediterraneo...-

Dije tomando su mano por la muñeca, dejando caer el pañuelo mojado de sudor contra el pecho semidesnudo. Mi boca abierta luciendo los colmillos a plena luz de luna, esperando que Etienne se distragera únicamente con los vellos castaños de mi barbilla, que revestian de un sensual hechizo la situación de mis ojos. Trasparentes orbes que se clavaron en sus malditas perlas esmeraldas. Solté un grito silencioso mitandole nuevamente con mi rostro maduro... dejando observar alguna arrugas que se manifestaban como grietas a mi piel blanquesina de marmol.

El aroma de Etienne: Una mezcla deliciosa entre Canela y Lícor de Amaretto... y unos inperceptibles toques de Aníz... dulce, atrayente y exótico. Tan cercanamente nostálgico y alejado en el tiempo de mi felicidad. Su piel expele lo que a mi me llenaba, la antigua Grecia.

Mi voz quería decir: Escapa... corré de mí, pero innevitablemente no te alejes, o te encontraré, te cazaré solo para mí, por que ahora que existes no me cansaré de mantenerte a mi lado.

-Etienne... ¿Dónde naciste?...-

Entrecerré los ojos... ante la necesitada débilidad, suspirando con clemencia, agitado... caliente.

El pañuelo resbaló de sus manos, cayendo, descendiendo hasta dar con uno de los pectorales que mostraba la camisa entreabierta, seduciéndolo.

Confuso, despegó su vista de aquella parte anatómica, volviendo a tener contacto contra los grises, que mostraban matices en color vino, por su desesperación, aquella supervivencia en la que se debatía su ser por sangre. El corazón del más joven, latía con desenfreno, no había de otra, el miedo activaba aquella dormida sensación de angustia y pavor, siendo la adrenalina quién vagaba por su sistema hasta enloquecerlo.

—No te esfuerces…—Murmuró, embelesado por aquella efigie de sufrimiento y ¿ansiedad..?, enamorándose cada segundo más si fuese posible. Llevando sus labios por inercia a los contrarios, atrapándolos y olvidándose por escasos segundos la situación, entregándose a aquella sutil caricia, llevando sus manos al rostro de Meith, acariciando con sus pulgares las mejillas pálidas y marchitas…por así decirlo.

—Cómo se te ocurre salir en ese estado…eres presa fácil para cualquiera…—Señaló preocupado, riñéndole y contradictoriamente mimándole con caricias que no habían cesado en ningún momento.

—Debo estar más que demente…o por el contrario, confío más en ti que de mi persona…—Mis pupilas eclipsaban el iris verdoso de mis orbes, con el corazón bombeando hasta causar asfixia, ladeé mi rostro, estampando el cuello contra los colmillos reluciendo tétricos por los haces de luna. Mordí mis labios esperando que prosiguiese y acabase con tal drama, más la inseguridad, desasosiego y la inquietud me hacían prisionero, atosigándome sin miramientos por aquel temor humano del cual no podía huir, “La muerte…”. Ya que el tiempo de vida no era tan prolongado como el de las demás especies, convirtiéndome en un corredor contrarreloj, como el conejo blanco en el cuento de Alicia.

A pesar de cualquier temor, no se arrepentía de ser su “suministro” y no lo haría…así lo terminase por consumir y ser parte del polvo y la tierra. Más en alguna parte recóndita, ciegamente sabía que sus pensamientos y aquella desconfianza eran en vano. Su mano buscó la ajena que se encontraba sujetando el estómago, entrelazando sus dedos con a propia…

“Quédate”, “se dependiente de mí”, “no te alejes” eran las tres minúsculas frases que imperaban con poderío e ímpetu, resonando en cada célula.

"¿Por qué no huía?, ¿Por qué no era capaz de dejarme a mi suerte?, ¿Por qué su olor me estaba consumiendo, y más aún el sabor de sus labios cálidos y húmedos?"

Tantas veces, ellos: Los humanos con esos olores molestos me discriminaban. Podía por instantes recordar como en mi antigua infancia los niños precentían en el peligro de en ese entonces un niño debilucho y de cabello claro. Me escondía detrás de mi madre por la simple debilidad de ser diferente: Un vampiro puro.

¿Acazo fue ese el impulso suficiente para volverme uno de los señores más poderosos? ¿A un guerrero importante? .... pero un torpe hombre en el amor, desafortunado que siempre, y como una maldición se mantenía solo. Siempre era lo mismo: "por la fuerza o no ellos serían míos". Obligados a servirme y reconfortar mi corazón podrido. Así ellos se cansaban y me abandonaban.

Y ahora, este niño por si solo, sin siquiera conocerme, me atrapaba para él. Egoístamente me tomaba y me obligaba a beber, se preocupaba por mí y me sermoneaba.

Mi corazón latió, como hace mucho tiempo lo había echo. Olvidada estaba esa sensación y primeramente fue un doloroso impacto que Etienne debió percibir. La fiebre seguía atormentandome y en un desesperado gesto apreté sus dedos y repasé sus labios con mi lengua, soltando un deleitante jadeo.

-"Quiero depender de tí"- Comenté, entregando el indicio de leer su mente entre tanta enfermedad mía. Sentía que me dormiría, que la apenas poca sangre que fluía por mi cuerpo me mataría haciendome polvo contra los labios del castaño. Más la iniciativa de Etienne me sorprendió, con una caracteristica mueca: pupilas pequeñas y los ojos grises muy abiertos, un suspiro como si solamente ahora reconociera toda la situación.

-Ese olor... yo deseo apoderarme de ese olor... tu sabor Etienne... -

Negué, no podía morderlo, no deseaba que fuese mi presa, no podía consumirme a la bestia.

"Tu corazón a latido Meith... no lo desperdicies

A sus oídos llegó el retumbar de un corazón, del cual esta vez no se trataba del propio, interesado afinó aún más su sentido de la audición, escuchando con mayor claridad el bombeo caprichoso de aquel órgano que según sus conocimientos debía de estar muerto...pero si aquel retumbar era verdad rompía esquemas de leyenda…

Sabía que tenían ciertos poderes de leer la mente, más nunca había experimentado consigo tal fenómeno, su piel se crispó, sus orbes parpadearon, sus pupilas disminuyeron de diámetro (miosis), asombrado por tal respuesta a su pregunta mental, temblando ligeramente por el frío viento que empezaba a soplar en la oscuridad del bosque, haciéndoles compañía a las lechuzas y demás especies que empezaban a hacer su aparición. De no ser porque estaba arrodillado en ese momento hubiese caído, la impresión del suceso le había dejado anonadado y por qué no decir también...precavido, tratando de cerrar las compuertas de su mente para que el otro no pudiese leerla con la facilidad que tenía.

—Si no lo haces terminaré por obligarte a la fuerza...—determinó, con voz que aparentaba ser firme, siendo lo contrario de lo que brotaban sus cuerdas vocales a través de la fonación, un ramillete de nervios y la angustia apoderándose de sus sistemas, brotando de sus poros una fría y ligera sudoración.

—¡Joder hazlo!—chilló, abriendo y cerrando sus orbes con fuerza, apegando aún más su cuello contra aquellos labios, apretando con fuerza sus dedos entrelazados con los del vampiro. Mordió sus propios labios, desesperado, temblando por el frío y los nervios, pidiendo en silencio que aquella agonía terminase de una buena vez...

Temía por acto reflejo, sentía, olía el peligro más no huía a pear de haber tenido la oportunidad de hacerlo, simplemente se negaba a utilizar tal recurso, encaprichado...deseando quizás en algún recóndito oscuro de su mente sentir aquellos colmillos hundirse y cortar su piel...

-No, no puedo…- ¿Cuántos años había reprimido toda hambre demoniaca de lastimar humanos? Y acostumbrado estaba a beber de una única fuente, poderosa y de mi misma raza. No lastimaba, no cazaba ni me torturaba por matar gente, mujeres, niños y hombres inocentes. Pero esa fuente se había marchado, me había abandonado. ¿Qué más podía hacer? La soledad y un despecho fuerte me estaban matando y enfermando y el olor de Etienne me estaba perturbando y hechizando a medida que los segundos transcurrían.

A pesar de tanto poder y aferro a aquellas palabras, los colmillos como si con vida propia se plantaron mordisqueando la piel del castaño. Cosquilleándole con una erótica sensación propia de un vampiro, las perlas iluminadas empezaron a enterrarse en medida para dejar brotar de aquellos orificios la sangre cálida y… ¿Pura? de Etienne.

Ese olor a Anís, esa presencia tan marcada que me estaba atrayendo, era un único fetiche satisfecho por esa sangre: Su virginidad.

Fue así como la presión fue ejercida en su cuerpo dando un corte seco. Presionando el cuerpo del chico contra el árbol que nos había cobijado. Y enterrando mis manos contra sus caderas, la exposición de su cuerpo desnudo y níveo se hizo presente a la faz de la luna. Los músculos de su abdomen eran descubiertos cada vez en que mi mano ingresaba tocándolo, como un furtivo encuentro carnal. ¿Y que era más que eso? Un hombre que ya no pensaba, y que solo quería bañarse de su olor, del amaretto que me poseía y del irremediable tictac de su corazón, unirme con el y recuperar el aire solo dentro de sus labios.

Sentía que lo conocía, que ya había probado esa piel. Pero esos pensamientos fueron opacados al momento en que los dígitos formaron una danza contra su vientre, cortando la extracción de la sangre, y mirándolo lascivo a sus ojos esmeralda, jadeante y entregado a una perlada transpiración sensual a milímetros de sus labios.

-Serás mío..-

Soltó un deleitante jadeo al percibir como aquellos dientes filosos repasaron por su piel a manera de mordiscos que hacían volar su juicio, si es que tenía uno…lejos del sistema solar. Más el sentir como aquella dentadura ejercía presión en él, un aguijón, mandó a sus terminales en cuestión de segundos el gusto por aquellos colmillos perforando su piel y dando con lo que sería una de los grandes vasos que impulsaban con fuerza la sangre que recorría su sistema…

Irónicamente, cómo un buen samaritano entregaba su vida como cual cordero en ofrenda por voluntad propia, parte de él se mofaba en conflicto con su otra cara del espejo. Había luchado en anteriores ocasiones contra aquellas razas que gozaban de mayores habilidades y dones de los que tenía un humano, un animal común y corriente, de los cuales terminaba huyendo como las liebres saltaban largos tramos por salvar su pellejo de los viejos zorros que rondaban los territorios en busca de una presa.

Entreabrió sus orbes, admirándose de la fuerza titánica de la que antes no gozaba aquel cuerpo que aparentaba ser endeble por estado de “desnutrición”, notando el deseo del otro, fijó sus orbes en las ajenas, internándose en el mar oscuro de aquellas pupilas intuyendo lo que seguiría sin razonar arduamente. Era absurdo y obvio preguntar qué le haría, como lo era si pensaba en escapar alguna vez…

Su cuerpo permaneció estático, conteniendo la respiración al distinguir como aquellas manos se colaban entre la ropa y aquellos colmillos aún en su torrente extrayéndole la vida por ellos sin ser nocivo. Causando en él un efecto totalmente opuesto a lo que él creía en un principio…liberando aquella codicia, sed y apetito que su “yo” había ocultado con recelo.

—Mientes…yo te encontré primero…el mérito de pertenencia me corresponde—

Objetó con voz sedosa y firme a su vez, un tono que denotaba que no escuchaba réplicas; haciendo gala de aquella terquedad innata que fluía con mayor naturalidad y arraigo contra el mayor por llevarle la contraria, que a fin de cuentas era lo mismo.

Llevó una mano a su cuello, tocando las heridas hechas con su consentimiento, deteniendo vagamente y sin éxito la sangre que emanaba y corría de ellas trazando caminos que manchaban piel y la camisa crema que portaba en tono carmesí oscuro.

—Tus colmillos encajan en mi piel abierta…necesitan de ti… dejarás que se desperdicie…¿y eso no deseas cierto?...—Añadió, con un sonrisa ligera que se inclinaba hacia atrás de una de sus comisuras, mordiendo aquellos labios que tenía cerca y sobre los propios, enterrando la otra mano libre en la oquedad de la nuca del vampiro, empujando con su húmeda lengua aquellos dientes filosos que se habían hundido en su carne, percibiendo el sabor metálico y salino característico de la sangre mezclado entre la saliva del de ojos grises.

—Tu nombre…—pidió, enredando sus dedos entre los cabellos castaños del mayor, tirando de ellos, saboreando sus labios gustoso, divisando su reflejo por las pupilas iluminadas por los haces de luna.