La mesa de los malditos

El lugar desprendía un calor insoportable... tanto, que cualquier mortal hubiera tardado pocos segundos en morir. Si se trataba de un reino, quienes reinaba era una oscuridad y un hedor que enferma el alma. Pero todo parecía en calma... Al menos, hasta ese momento en que las paredes y el piso emitieron un crujido extraño y comenzaron a resquebrajarse, rieleando en sus hendiduras una sustancia volátil, parecida al humo, que se fue concentrando justo en medio de la interminablemente larga sala. Dicho círculo se sumió en una masa de Oscuridad tan densa y poderosa que no dejaría escapar a lo que estuvieran en su perímetro. No obstante, se vio tras unos segundos una figura entre aquella masa, una sola figura en pie que fue tomando la forma primero de un demonio que emitió un rugido estruendoso, y finalmente la del ángel caído Samael.
Comenzó a caminar, custodiado por las altas columnatas que iban iluminándose con fuego por su paso.
Una gran sonrisa surco de lado a lado la faz del demonio, ante él y justo enfrente de las Puertas se alzaban cientos de espectros demoníacos que esperaban ansiosos su llegada.
Llevaba un tiempo meditando algunas cosas para si mismo, y como resultado había llegado a una conclusión.

No era fanatico de regresar al inframundo, mucho menos de reunirse con sus congeneres demonios, con quienes solo compatia apenas el lazo de ser de la misma raza.

Era un mercenario, trabajaba para aquel que le pagara y a quien deseara seguir, por ende, la leatad hacia su lider era cuestionada por si mismo antes que por nadie mas, para el era solo un demonio mas que existia y ya, no tenia nada que ver con el.

Si se encontraba ahi era solo por una razon, por peticion de un cliente, se veria con dicho demonio en aquel lugar, solo esperaba que este apareciera y se largaria, su tiempo era valioso.